No todo es follar y penetrar, ni todo
es amor y romanticismo.
Abogo por los momentos de recreo entre
dos (o más). Lo que empieza siendo un
retozar de placer y termina con un tocar el cielo sin haber tenido pene alguno
dentro.
En los preliminares siempre hay un
ratito de “ocio” en el que mi chico me mete un par de deditos, me estimula el
clítoris, … y yo a ÉL le lamo los testículos, le pajeo un poco… pero, pasarnos un
largo rato sólo masturbándonos y al final haber conseguido varios orgasmos ¡¡¡es de lo másssss!!!
Cierto es que luego le ruego que me
folle lo más profundamente posible porque necesito de su polla con inmediatez,
pero mientras tanto he gozado de 2 o 3 “orgasmadas” que me han puesto a mil.
Claro que esto es ahora, en la
comodidad de una cama, sin horarios, sin temor a ser pillados, pero ¿qué pasaba
cuando éramos adolescentes con las hormonas revolucionadas? ¿Recordáis haber
hecho petting? Yo sí, con frecuencia.
Recuerdo ir con el que entonces era mi
novio, Gabriel, a un pub de la Gran Vía barcelonesa y allí magrearnos a tope
por todas nuestras partes. Era oscuro y lo frecuentábamos muchas parejas
adolescentes que veníamos a saciar nuestros aún novatos impulsos del deseo. A
veces, incluso íbamos en grupo varias parejas de amigos. Sin saberlo denominar a
esa edad, ahí nos iniciábamos en el arte del roce, el toqueteo, el meter mano y
el voyeurismo. O sea, hacíamos petting.
Nos frotábamos el uno contra el otro impulsivamente
mientras nos besábamos con lengua que ya tan sólo eso nos ponía como motos. Él
metía sus manos de jugador de básquet por debajo de mi top blanco y me magreaba
las tetas adolescentes que tenía entonces; estaban morenitas del sol, sin
sujetador, muy bien puestas, tiesas y redonditas. Todavía conservo bastante de
ellas pero más grandes. Yo vestía una amplia y larga falda tejana fina
abrochada con varios botones por delante, me sentaba encima de él a horcajadas y
nos frotábamos nuestros sexos. Gabi se desabrochaba el pantalón y sacaba su
pene para que yo lo notara aún más al roce con mis braguitas, las cuales
terminaba apartándome un poco hacia la ingle para notar la puntita de su joven
polla en mi aterciopelado conejito. Él siempre decía que me pilló tierna, y era
cierto. Nunca me he arrepentido de ello. Gracias Gabi.
Al llegar a casa por la noche, me
encantaba olisquear algunas gotitas de su semen que habían quedado en mis
braguitas de Snoopy antes de correrse en mi mano quinceañera gracias a la paja
que le había hecho instruida por él.
En otras ocasiones, habíamos practicado
petting en el cine, en una plaza por la noche, en el portal de casa, etc. Luego
ya vino el coche, su casa estando sus padres fuera, algún meublé, … Ay, ¡qué
recuerdos!
Al ir creciendo fui aumentando y
diversificando mi conocimiento sexual, pero os reconozco que en cada acto
íntimo que practico me gusta dedicar un tiempo a la masturbación. Me gusta
masturbarme, masturbar y que me masturben. Y
a poder ser, a más de una polla a la vez. Mi récord son tres simultáneas
a mi alcance táctil.
Cuando me masturbo yo solita, soy
rápida, la verdad. Me conozco tan bien, que me achicharro de gusto con sólo
pensar en aquello que más me estimule en ese momento; bien sea una escena
lésbica, mi chico hincándomela por detrás, una orgía o cualquier sentimiento de
poderío sexual en el que me apetezca recrearme sin tabús ni complejo alguno.
Soy yo conmigo misma: ¡TODO VALE!
A veces lo hago con mis dedos, otras
con un par de juguetitos que tengo y otras, yo diría que la mayoría, con tan
sólo pellizcarme los pezones, cruzando las piernas y apretándolas consigo un
orgasmo muy interno e intenso. Me dan espasmos por toda la vagina y me lo paso
genial, además de quedarme plenamente relajada.
Tengo un “amigo”, Lucas, que es quien
mejor conoce este aspecto de mí y lo aprovecha para hacerme explotar de placer.
A su técnica la llamamos “el milagrito” porque casi lo es por cómo me vuelve
loca sin penetración alguna.
Igual me lo ha hecho antes como después
de haber hecho el amor (habitualmente hemos hecho el amor más que follar porque hay sentimiento en nuestra amistad de hace años).
Tumbada en la cama me pone de lado y él
se coloca, también tumbado, pegado a mi espalda con su boca cerquita a mi oído.
Me recoge entre sus brazos a la altura de mis pechos. Entonces me mete con
mucho cariño un par de dedos de su mano derecha en la boca para que se los unte
de saliva y los posa en mi pezón izquierdo. Hace lo propio con su mano
izquierda.
Entonces empieza a acariciarme los
pezones mojándolos con mi propia saliva. Me los masajea suave hasta que se
ponen duros, luego me los pellizca delicadamente y me los pone aún más erectos
con las yemas de sus dedos húmedos que va reponiendo de mi saliva cada vez que
se secan. Mientras, tiene esa habilidad
especial de ir susurrándome al oído cuánto le gustan mis senos, lo loco que se
vuelve cuando los chupa, cuánta feminidad recojo en ellos y se la ofrezco por
esa vía, incluso a veces, me hace prometerle que si algún día hubiese leche
dentro, que le alimente con ella. ¡¡Por Dios, puto milagrito que me vuelve del
revés y me convierte en una zorra mística!!
Cómo es posible que consiga de una
forma tan radical y segura concentrar todos mis sentidos en dos pequeñas ubres
de mi cuerpo. Podría rayar cristal con mis pezones en ese momento.
Sus caricias, sus palabras y el notar
su verga tiesa en mi culo me provocan un excitante movimiento pélvico que voy
transformando en esa masturbación de la que os hablaba antes, y en menos de 5
minutos me pego una corrida del quince cuyos flujos él recoge con su polla
metiéndomela por detrás sin cambiar de posición, tan sólo me levanta la pierna
que no toca a la cama para así abrir más mi mojadísima flor.
Todo ello lo hago con los ojos cerrados,
porque no puedo abrirlos del gustazo que me da, y con cálidos jadeos que no
puedo evitar. Como mucho, sólo acierto a decirle: “sigue por favor, estoy a
puntito de chorrear toda entera” y en cuanto lo hago, y justo antes de
penetrarme, él cesa sus caricias (si sigue, me disgusta. Hay una especie de
frontera entre esa locura y el desagrado. Él la reconoce al instante), me
estrecha entre sus brazos y me besa el cuello. Luego ya viene la semienculada que a mí me
permite seguir corriéndome y a él sentirse muy hombre por haber manejado y
dirigido mis múltiples orgasmos a su ritmo. Casi se convierte en el amo del
mundo, o por lo menos del mío en esos momentos, al culminar con una exuberante
corrida por encima de mis muslos y nalgas.
En alguna ocasión, cambiamos el final y
lo que hace después del milagrito es ponerme mirando al techo y él hace lo
mismo pero a mi inversa. Es decir, mis pies en su cabeza, el uno al lado del
otro.
Aprovecha todo el flujo que inunda mi
vagina por dentro y por fuera y me introduce un par o tres de dedos. Yo le
facilito el paso poniendo una pierna sobre su pecho y abriéndome más ante él.
Lucas es zurdo pero tiene tanta habilidad en ambas manos que me masturba con
una mientras él se pajea con la otra. Y lo hace de maravilla. No sé qué es lo que me toca pero además de
meter y sacar sus dedos, hace un movimiento rotatorio hacia arriba que me pone
la piel de gallina y me remueve entera.
Yo le veo disfrutar muchísimo porque en su placer está el verme gozar,
el controlar su paja a su gusto y el tener frente a sí la visión de mi coño
abierto siendo masturbado y rezumando flujo por doquier.
Se pega unas corridas espectaculares en
las que el semen le llega más de una vez hasta su cara de la fuerza con que
sale. Acaba exhausto y yo recojo un poco de su leche con la puntita de la
lengua para dársela a probar. ¡Este chico me turba! ;-)
Con todo esto, llego a la conclusión de
que por suerte la masturbación abandera muchos de nuestros encuentros sexuales
ya sean en compañía o sol@s. El placer está en nuestras manos, y nunca mejor
dicho.
Como colofón, dejadme que os comparta
en este post un vídeo que a mí me encanta por varias razones. Su título lo dice
todo: “El placer de la lectura”.
Hace un par de años, un artista
cineasta afincado en Brooklyn llamado Clayton Cubitt, llevó a cabo un proyecto con varias mujeres para
explorar el feminismo y la dualidad mente/cuerpo en contraste con la cultura y
la sexualidad. Podéis buscarlo en inglés como “hysterical literature”.
Sentó a diferentes mujeres por separado
ante una cámara y les dio un libro para que leyeran un fragmento mientras eran
masturbadas por debajo de la mesa. Las
reacciones son diversas pero todas con final feliz y es especialmente gozoso
ver lo bien que se lo pasan sin ser nada pornográfico. Es disfrute, felicidad,
sensaciones, buen rollo, …es el placer de la lectura, li-te-ral-men-te.
La primera en emular esta experiencia
en Europa ha sido Roser Amills,
escritora mallorquina provocadora de estímulos, sensualidad, magia y felicidad
para quienes la leemos. Ella de por sí es pura alegría y optimismo, o por lo
menos, eso es lo que me proyecta.
Aunque el relato es en catalán, bien
sabéis que no hace falta ningún idioma para entender el lenguaje corporal. Todo es real. Espero que lo disfrutéis y os
deje un buen sabor de boca además de dibujaros una sonrisa.
Un beso.